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Investigador IdeaPaís

Un ranking elaborado el año 2011 por la consultora comScore mostró que los chilenos ocupamos, a nivel mundial, el tercer lugar en el uso de redes sociales. En este contexto, no es extraño que Chile sea también uno de los líderes en Latinoamérica de usuarios de Tinder, después de Brasil y Argentina, según declaraba hace dos años el Director de Negocios de la compañía de citas online, Andrea Lorio. El éxito de Tinder en Chile ha sido tal que la empresa decidió este año probar en nuestro país y en Australia una nueva función llamada “Places”, la cual permitirá a cada usuario mostrar qué lugares ha visitado, ampliando con ello los “match” con personas que frecuenten los mismos sitios.

En los últimos años, el uso de dating apps (DA), como Tinder, se ha hecho bastante popular porque ofrecen facilidades para conocer gente y establecer vínculos entre personas. Solo basta con un perfil (una foto y una breve biografía), para que luego aparezcan otros usuarios de DA cercanos al lugar donde dicha persona se encuentre; del mismo modo, para mostrar interés por alguien, hay que deslizar el dedo hacia la derecha sobre su perfil, y si dos personas muestran interés mutuo -hacen “match”-, pueden iniciar una conversación privada. Además de Tinder existen otras DA como Grindr, focalizada en la comunidad LGTB, o Happn, que tiene la particularidad de permitir ver los perfiles de otros usuarios con los cuales uno se cruzó en el día, entre otras alternativas.

Ahora bien, en la opinión pública, existe la percepción de que las dating apps se usan mayoritariamente para buscar sexo casual y que, por lo tanto, serían tecnologías que promoverían relaciones sin compromiso. ¿Esto es efectivo? Lo anterior deja abierta la pregunta sobre si las DA tienen implicancias sociales y de qué naturaleza son. En particular, ¿afectan, por ejemplo, el modo de percibir y construir nuestras relaciones de pareja? ¿Tienen algún efecto en la duración de ellas? A diferencia de lo que ocurre en nuestro país, en que preguntas como estas han sido poco abordadas, existen otros países en que el fenómeno social de las dating apps ha sido estudiado con una relativa amplitud.

Por ejemplo, uno de los efectos sociales destacados por la evidencia disponible sobre DA, es que estas aplicaciones posibilitan a las personas acceder a un círculo social más amplio, más allá de las redes de amigos y familiares (Timmermans y Courtois, 2018). Otro elemento positivo de las dating apps, descrito por Hobbs, Owen y Gerber (2017), es que permiten buscar pareja sin tener que ocupar mucho tiempo o energía, lo que es valorado por personas con una vida muy ocupada.

Respecto a sus efectos negativos, la evidencia internacional ha abordado, por ejemplo, los problemas asociados a la posibilidad de que usuarios tergiversen los datos personales que muestran a los demás (Griffin et. al., 2018). Dalessandro (2018), por su parte, muestra que algunos jóvenes de Estados Unidos perciben que las DA no otorgan muchas oportunidades de conformar relaciones estables, ya que ante la amplia disponibilidad de posibilidades de vinculación, al primer signo de dificultad optan por una nueva y más satisfactoria.

Como se observa, la bibliografía internacional da cuenta que el uso de DA no es neutro: tiene impactos sociales, tanto positivos como negativos, cambiando el modo, profundidad y estabilidad de las relaciones humanas en distintos niveles de afección. ¿Cuáles de estos fenómenos ocurren también en Chile? ¿Qué otros efectos sociales tienen las DA en nuestro país? ¿Qué factores los explicarían? Estas preguntas merecen una debida respuesta, para aproximarse a la realidad social de las dating apps en Chile.

 

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