Columna
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La Fundación Chile Mujeres junto a CADEM han  publicado un interesante estudio sobre la realidad laboral femenina. Es interesante, porque al fin se replican algunos de los índices que múltiples autoras extranjeras, de los más diversos campos académicos como la psicóloga Susan Pinker y la economista Claudia Goldin, ya habían advertido sobre la realidad laboral femenina. 

El estudio recabó que una de las medidas con mayor preferencia a la hora de optar trabajos para las mujeres es la flexibilidad laboral (74%). Así, expertos como Francisca Jünemann dicen que este dato es fundamental para promover los trabajos formales para las mujeres. En este sentido, la presidenta de Chile Mujeres considera que esto apunta en la dirección contraria al dictamen de la Dirección del Trabajo de febrero, porque según ella si el objetivo es fomentar la formalidad y mejorar las condiciones laborales de las mujeres se debe promover la flexibilidad laboral. 

La verdad es que el documento promueve una discusión atrasada, pero acertada sobre las diferencias laborales entre hombres y mujeres. Esto se debe a que lamentablemente, las políticas públicas en Chile y el mundo se han basado en la ideología promovida por el feminismo de género. Esto significa, que las voces del feminismo hegemónico han instalado la idea de que toda brecha salarial o diferencias en los resultados laborales se explica, casi exclusivamente, por un espíritu discriminatorio hacia las mujeres. Esto, tiene como consecuencia que muchas de las políticas públicas se dirigen a cumplir con dichas quejas de grupos de interés y no necesariamente priorizan las reales preferencias y necesidades de la mujer. 

Un gran ejemplo de esto es el publicado por Susan Pinker quien explica que en países como Canadá, Reino Unido, Alemania, Suiza, Noruega, Estados Unidos y Japón, los cuales ofrecen mayores opciones y políticas de inclusividad laboral, no necesariamente han disminuido sus brechas salariales o de ocupación de los altos cargos. Pinker explica que mientras más rico el país la menor cantidad de mujeres eligen los mismos trabajos que los hombres. Lo cual se traduce en múltiples diferencias en el tipo de objetivos (extrínseco e intrínsecos), prioridades a la hora de considerar un puesto e intereses. En definitiva, muchas veces estas diferencias se explican por diferencias de elecciones y no así por un sistema opresor de la mujer. 

En esta misma línea, Claudia Goldin, Valentin Bolotnyy y Natalia Emanuel, proponen elementos similares; al comprobar que la mujer por distintas razones, siempre prioriza la flexibilidad laboral, afectando muchas veces económicamente. De esta manera, es esencial que quienes buscan mejorar las condiciones laborales de la mujer comiencen a considerar las necesidades y preferencias reales de las ciudadanas, como el factor de la maternidad o bien preferencias personales, sin reducir el análisis a una mirada específica e ideologizada. 

            En este sentido, se insiste que el problema de las mujeres recae en los hombres, pero gran parte de la evidencia demuestra lo contrario. Por esto, como la psicóloga, Susan Pinker, intenta argumentar el problema está es que medimos el éxito femenino desde escalas masculinas, en vez de fomentar la construcción de nuevas estructuras que promuevan las aptitudes, preferencias y estilos de vida femeninos, que en la mayoría de los casos, distan de la masculina. Cuando entendamos esto y nos concentremos en objetivos claros y honestos, podremos impulsar medidas que promuevan la igualdad, pero sobre todo, la libertad y el progreso femenino.

Columna de Antonia Russi, Investigadora Fundación para el Progreso.

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